Tuesday, March 01, 2005

El exilio según Peveroni
Tal vez este sea el primer libro de ficción que toma la crisis de 2002 como tema. No lo hace explícitamente, no se habla de crisis financiera ni de corrida bancaria, pero el contexto en el que se desarrolla la historia parece una fabulación acerca del Uruguay de ese año.
Para Nicolás, el protagonista, el exilio no es emigración física sino encierro. Con sus padres viviendo en Miami, comienza por hacerse echar de su trabajo y se organiza de tal forma que vive los siguientes meses sin necesidad de salir de su casa. Su poco interés por enfrentar la vida adulta, su forma de ver el desempleo como un capricho y su refugio en la plata que sus padres le giran parecen aludir a la actitud de muchos jóvenes que viven una segunda adolescencia hasta pasados los treinta. Claro que, en el mundo real, el desempleo es tan obligatorio para un joven como en otros países lo ha sido el servicio militar; la forma más fácil de evitarlo es la emigración. “Acá, si tenés más de 25 años, no tenés nada para hacer más que mirar televisión”, dice el protagonista.
Encerrado en su casa, Nicolás abre un sitio en Internet, Vidas Cruzadas, que será una suerte de reality show donde participa un pequeño grupo de gente, anónimamente y vía chat. Todos lo hacen con nick (es decir, seudónimo), y quien va alterando las cosas es un participante fundamental que se hace llamar Oscuro. En la primera parte de la novela nada ocurre fuera de ese espacio virtual salvo pequeñas anécdotas: se trata básicamente de Nicolás encerrado, frente a la pantalla de la computadora, mientras su casa comienza a venirse abajo por el desorden y la falta de higiene. Es la parte más interesante del libro. La segunda y la tercera, que comienzan a partir del fin de Vidas Cruzadas, pierden interés al diluirse la historia principal y perderse gran parte de los participantes de ese reality show virtual.
Las alusiones a la música pop son constante y Peveroni no puede evitar dejar ver su costado de crítico musical (es colaborador de la Rolling Stone argentina) a través de expresiones como “grito proto punk situacionista de los (Sex) Pistols” o “anoréxica cantante de moda que no había cumplido 20 años”. Ésta es tal vez la constante en sus trabajos: su anterior novela se llamaba La cura (por el grupo The Cure), su poemario premiado en la Feria de Libros y Grabados tenía varias alusiones a temas del grupo industrial Ministry. Su última obra de teatro, El hueco (2004, dirigida por María Dodera) trataba sobre una tribu urbana claramente marcada por la música dark de los ochenta.
Pero lo más relevante de la novela no es la historia principal sino el contexto. Una peste comienza a asolar el norte del país y se extiende hacia el sur. No parece casual que el origen de esta peste esté en las fronteras con Argentina y Brasil ni que su movimiento sea de norte a sur. Lo poco que se cuenta sobre el estado de emergencia que se declara recuerda en parte al que narra Saramago en Ensayo sobre la ceguera, y de hecho Peveroni dice que uno de los síntomas de esta peste comienza por una fuerte irritación en los ojos. Aunque esto es utilizado como un factor que vuelve paranoico al protagonista, que pasa casi todo el día frente a la computadora y, como es de esperar, siente algo similar.
Una de las reflexiones que hace el personaje coincide con la visión que de Uruguay tienen casi todos los que han emigrado por razones económicas. Para él, Uruguay significa detenimiento y decadencia; y se hace una clara distinción y reconocimiento de las cosas insustituibles del país natal como los barrios, amigos y demás lugares comunes. Con estos apuntes, Peveroni, que nació en 1969, parece estar aludiendo a su propia generación, que vivió activamente la salida de la dictadura y se sintió defraudada con la posterior evolución del país, hasta el estallido de la crisis. El libro no indica una fecha clara, de hecho tiene su clímax durante un recital de Los Redonditos de Ricota, cosa que no sucedió en 2002. El siguiente párrafo, tal vez el más lúcido del libro, es inequívoco sobre su intención de fábula: “Aquello no podía ser considerado como un estallido social. En primer lugar, porque se trató de algo un tanto más sórdido, silencioso, como una fiebre que fue envolviéndolo todo lentamente, cambiando apenas día a día, imperceptiblemente... Nadie gritó fuerte. Nadie se instaló contra ningún poder establecido. Simplemente la ciudad se oscureció...” En un país en el que el estallido social fueron dos saqueos aislados y la reacción de la gente fue encerrarse en sus casas, es valioso que comiencen a aparecer ficciones que, aunque sea lateralmente, hagan sus lecturas sobre las heridas más cercanas.

reseña crítica de Matías Castro
publicada el 25 de febrero de 2005 en Semanario Brecha

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