Tuesday, July 19, 2005

De ciencia ficción

Ciencia ficción en un Montevideo mediocre y reconocible, donde una peste está contaminando en forma creciente a sus habitantes. Un hombre joven se encierra en su apartamento y concibe una realidad paralela a través de su computadora y el chateo. Un día, sale de nuevo y todo sigue mediocre y reconocible. Segunda novela del uruguayo Gabriel Peveroni, muy buen poeta y productivo dramaturgo.

* Andrea Blanqué
publicado en la edición de julio de 2005 de la revista Freeway

Friday, May 13, 2005

La novela de la crisis
El exilio según Nicolás, del novelista Gabriel Peveroni, aparece como un testimonio generacional en el que convergen varias instancias de nuestra historia y literatura reciente. A la vez que remite a una angustia existencial como la que en su momento expresó la novela El pozo de Juan Carlos Onetti, pinta el mundo posmoderno de comienzos de siglo veintiuno (dominado por la informática, la TV cable y el rock) y ofrece el primer testimonio literario sobre la crisis del año 2002, que sin duda alumbró un nuevo Uruguay.
El escenario es Montevideo, “la ciudad de los feos”. El protagonista, Nicolás, sobrelleva un evidente desencuentro con el entorno. Cuando no soporta más la realidad, resuelve un ardid extremo: encerrarse en su casa comunicando a todos sus conocidos que se fue a Miami, siguiendo el camino de tantos miles de uruguayos jóvenes. Decidido, rompe con todos los vínculos. Abandona su empleo (como evidentemente ha roto con una familia a la apenas nombra), a su pareja Eva y decide construir su nueva vida utilizando el instrumento de nuestra época. A través de Internet crea un juego virtual al que llama “Vidas Cruzadas”, una suerte de “reality show virtual”, al que acuden varios convocados. El juego comienza con su carga de sugestión, pero a medida que avanza se transforma previsiblemente en un juego de espejos. Puede tratarse de una sola personalidad desdoblada (como en la película Identidad) o de un contrapunto con una persona que empieza a ser todos los seres queridos del protagonista, como en La Tercera Expedición de Bradbury o Solaris de Tarkowski.
Mientras tanto, se declara una peste que proviene del norte y que pronto se transforma en una catástrofe nacional, que aísla aún más al protagonista. Mientras la peste avanza y destruye la convivencia, el juego se torna más cerrado en sí mismo y –al conocerse la posibilidad de crímenes entre jugadores- adopta por momentos el tono de un thriller sicológico cibernético. El mal avanza y Montevideo se transforma en una ciudad sitiada. El texto contiene muy logradas escenas del pánico creciente. “Aquello no podía ser considerado como un estallido social. En primer lugar, porque se trató de algo un tanto más sórdido, silencioso, como una fiebre que fue envolviéndolo todo lentamente, cambiando apenas día a día, imperceptiblemente. Nadie avisó a nadie. Nadie gritó fuerte. Nadie se instaló contra ningún poder establecido”.
Mientras los jugadores de “Vidas Cruzadas” se pierden en sus laberintos, el país entra en alerta sanitaria ante una plaga que no se sabe lo que es y que recuerda vagamente a La Niebla de Stephen King o a la tormenta de nieve asesina de Oesterheld. El fin de la peste (en la que puede leerse una alegoría del fin de la crisis del 2002, a fines del 2003), describe la vuelta lenta a las rutinas en un reencuentro aparentemente sin preguntas, confirmando que Uruguay es la “sociedad amortiguadora” que pintó Carlos Real de Azúa. Los cuatro amigos del comienzo se encontrarán en la Montevideo ruinosa y recomenzarán sus vidas habituales. “Pero ya nada será igual”.
El exilio de Nicolás es testimonio de una generación fácilmente reconocible. Quienes tienen hoy entre treinta y cuarenta años, no vivieron la predictadura, sino que observaron más bien de lejos la salida y recibieron directamente el impacto de los veinte años de restauración democrática que acaba de asistir al triunfo de la izquierda. Abominan de la política y razonablemente tratan de recuperar espacios como la música y otras formas artísticas. “Este país se fue al carajo, al cuarto mundo. No quiero estar en una ciudad que se cae a pedazos, con gente fea por todas partes, con tipos frustrados y vencidos, con viejos amigos que se destruyen de a poco”. Es un libro en el que se reconocerán muchos, pero que sobre todo debe ser leído por quienes no pertenecen a esta generación que siente estar condenada como las anteriores.

* Carlos Luppi
(publicado en la edición del viernes 10 de junio de 2005 en revista CarasyCaretas)

Friday, April 08, 2005

¿dónde comprar la novela en mvd?

Montevideo Agoniza
Tienda de discos y accesorios que atienden Uzi y Bestia en Galería del Virrey, en 18 de Julio entre Yaguarón y Yí, en el local 18. Uzi también integra el equipo de Pciberdelia, local -en la misma galería- para encontrar ropa vintage y cualquier tipo de objetos retro.

La Lupa Libros
En el lugar más in de Montevideo, en la Bacacay, atienden el mostrador Federico y Gustavo. Además de tener stock de El exilio según Nicolás, en La Lupa pueden pedirse los librillos de las piezas teatrales El hueco y Sarajevo esquina Montevideo.

Monday, March 28, 2005

‘DE LAS CUEVAS AL SOLÍS’, DE PELÁEZ
Biblia montevideana

El segundo tomo del ensayo De las cuevas al Solís, del especialista Fernando Peláez, culmina un trabajo de investigación de siete años sobre los orígenes y desarrollo del primer rock uruguayo: desde 1960 a 1975. Mateo, Rada, El Kinto, Dino, Psiglo y otras figuras consulares de la música rioplatenses desfilan por sus páginas.

Un fan rockero llamado Fernando Peláez, hoy economista, que cuando tenía 14 años se colaba en recitales de Totem y Psiglo, es el autor de una de las obras sobre música uruguaya más importantes que se hayan escrito. Treinta años después de aquella movida que terminara abruptamente con las botas militares, culpables del oscurantismo cultural, censuras y exilios, Peláez comenzaba una extensa investigación que culmina en estos dos tomos que suman casi mil páginas titulados De las cuevas al Solís, donde se reúnen centenares de fotografías de la época, en tres kilos de papel en los que está impreso el relato de una época mágica y fermental.
El rock uruguayo tiene por fin quien le escriba. Y es verdad. Tiene en Peláez quien estampe las historias urbanas de decenas de grupos que encendieron entonces el fuego rockero del Plata, incluso antes que en Buenos Aires. Es que faltaba en la historiografía musical la versión oriental, la de Shakers y Mockers, la de El Kinto y Totem, que completara la rica historia y tradición que el Plata ostenta con merecido orgullo y que tantas veces tiene un equivocado y unilateral sello porteño. Y allí reside parte de su mayor importancia histórica: el reconocimiento de una movida cultural –exclusivamente montevideana- que debe ser analizada en su justo término y en su importancia como provocadora de múltiples artistas y obras regionales. No en vano grandes como Charly García reconocen en los Fattoruso a sus maestros, y no pocas bandas argentinas y hasta españoles saben la importancia que tuvieron Los Mockers. Y sin ir más lejos el legendario Mateo, de quien ya se había explayado el musicólogo Guilherme de Alencar Pinto en su importante obra Razones locas, una suerte de biografía que también recorría los fermentales años sesenta montevideanos.
La segunda parte de la investigación realizada por Fernando Peláez, y editada por Perro Andaluz en este 2004, concluye por lo tanto una obra mayor, digna de ser celebrada como una enciclopedia de la cultura joven de la segunda mitad del siglo XX en Montevideo. A lo que ya se ha dicho y escrito sobre el primer tomo –en ocasión incluso de reconocimientos varios entre los que no faltaron un Bartolomé Hidalgo y un Graffiti- queda muy poco por agregar, más de que esta segunda parte trata más sobre el apogeo y la edad de oro de un rock local que en los primeros ’70 consolidaba fórmulas musicales híbridas (en especial Totem y los trabajos de Dino), al tiempo que coexistía con una realidad social que prefiguró su futura crisis y posterior resurrección en la posdictadura, asunto más cercano en el tiempo que merecerá una continuación que esté a lo altura del trabajo de Peláez.

* reseña de Gabriel Peveroni publicada en la revista CarasyCaretas

ENTREVISTA CON FERNANDO PELÁEZ, AUTOR DEL LIBRO “DE LAS CUEVAS AL SOLÍS”
El rock uruguayo tiene quien le escriba

Por primera vez se publica en nuestro país una verdadera enciclopedia sobre las resonancias locales del rock & roll. De las cuevas al Solís, primera parte de una exhaustiva investigación del especialista Fernando Peláez, fue editada por Perro Andaluz y recorre un primer periodo que llega hasta finales de los años ’60.

Hace un par de años, me encontré con los originales del ensayo de Fernando Peláez, una investigación sobre los orígenes y desarrollo del rock uruguayo predictadura que buscaba editorial. Lo devoré en pocos días. La historia de Peláez sobrepasaba el recuento de anécdotas relativas al género musical, incluso a la incipiente cultura beat (y rock), para encajar a la manera de un certero análisis de la vida privada juvenil de un Montevideo que ya no existe. Un gran libro que hoy está en las librerías, en su primer tomo, y que ha sido reconocido en los Premios Graffiti, ocasión en la que el autor recibió un Premio Especial por el valor documental e histórico de su trabajo.
Más de seis años de investigación, setenta entrevistas, recopilación y procesamiento de centenares de fotos y afiches de espectáculos, recuperación y análisis de toda la discografía de la época, constituyen las fuentes de este trabajo, en donde se relatan los acontecimientos vinculados con la “música moderna” de nuestro país desde 1960 hasta 1975. La crónica, repleta de sabrosas anécdotas, se enmarca dentro de la realidad política, social y cultural del Uruguay del momento, rescatando, de ese modo, la historia de una generación que sentó las bases de una nueva Música Popular uruguaya.
¿Qué importancia tienen Mockers y Shakers en la prehistoria del rock uruguayo? ¿Cómo fueron los inicios de Mateo y El Kinto? ¿Quiénes fueron los primeros en subirse a la nueva ola pos Elvis y luego pos Beatles? Todas estas preguntas tienen sus respuestas en De las cuevas al Solís; por ello, al entrevistar a Peláez, la elección fue hacia otros abordajes.

***

¿Cuándo te decidiste a investigar y trabajar en torno a la cultura rock de los ‘60 en Uruguay?
Hacía algún tiempo que venía manejando la idea, pero fue en 1996 que tomé la “gran decisión” de meterme con todo en el proyecto. La primera entrevista la hice en octubre de ese año y desde ese momento comencé a pasarme varias horas por semana en la Biblioteca Nacional.
¿Sentías que hacía falta un trabajo de esa magnitud?
Bueno, el libro que añoraba “devorar” no se escribía, y entonces tuve que ponerme a diseñarlo, inventarlo, escribirlo como a mí me hubiese gustado que lo hicieran. Incluso cuando ya estaba metido en el proyecto se editó un librito sobre este tema -no voy a nombrar título ni autores- que fue una total falta de respeto.
¿De qué manera te influyó el libro Razones Locas de Guilherme Alencar Pinto en y otros libros que te hayan servido de referencia?
La edición de Razones Locas fue importantísima. Puso en orden la caótica trayectoria de Mateo y rescató un pedazo de la música popular uruguaya de los últimos 50 años. Guilherme me contagió su concepto de investigación histórica y hasta su “obsesión” por hacer las cosas de determinada manera. También me sirvió para darme cuenta de que me tenía que apurar: el paso de los años seguía destruyendo materiales y memorias.
Tu libro sorprende por su carácter exhaustivo y riguroso, al igual que el de Alencar Pinto. ¿En algo influyó tu impronta como académico?
Yo soy matemático y tengo una vasta experiencia docente. Pero jamás tuve formación como “investigador en Historia”. Creo que puede haber influido el rigor de la matemática, que te impregna de lógica, aunque no haya estudiado lógica pura. La permanente pregunta: “¿por qué?” que nos hacemos en Matemática. Es probable que inconscientemente haya tenido una influencia de mi formación en intentar demostrar las afirmaciones que se hacían. Y esa obsesión que ya mencioné.

ENCUENTRO CON LOS HÉROES
¿Qué método utilizaste para las entrevistas?
Se trataba de largas conversaciones, casi de boliche, entre dos personas que recién se conocían personalmente. La cosa era del estilo “empezá a contarme desde que naciste hasta el día de hoy”. Pero, al mismo tiempo, no se trataba de algo azaroso o sin rumbo. A medida que iba profundizando mis conocimientos pude corregir los obvios desvíos de la memoria de los entrevistados y lograr concentrarlos en los puntos esenciales. Yo tenía un montón de cuestiones diseñadas de antemano y estaba preparado para evitar el divague total.
¿Qué sorpresas te llevaste, grandes, con algunos de los entrevistados?
Empecé este trabajo siendo un outsider del ambiente artístico, periodístico y musical. Es decir, yo solamente era un viejo escuchador y espectador anónimo. Bueno, terminé siendo gran amigo de muchos músicos impresionantes, de mis viejos ídolos. Fijate que llegué a hacer la producción artística de parte del video ‘Candombe Total’ de José Luis Pérez, uno de los mejores bateristas del mundo. Otra sorpresa me ocurrió con Dino. Cuando estaba a punto de entrevistarlo -antes que Dino reapareciera en la escena- todos me decían que estaba “encerrado” en Dolores y que “no quería saber de nada”. Sin embargo, cuando lo llamó Alicia, mi esposa, el Dino dijo: “Vengan este fin de semana con las chiquilinas y todo”. Y allá estaban Dino y Margarita esperándonos con una raviolada casera y varios vinos. Como si nos conociéramos de toda la vida. No nos dejaban volver a Montevideo. En el otro extremo, la gran sorpresa me la dio la actitud de Rada. Para mi el Negro es un troesma; nací y moriré escuchando sus creaciones, su humor y escuchándolo cantar. Pero parece que su productora lo desalentó y Rada no colaboró con el proyecto. Estoy seguro que se trata de algo circunstancial y ya voy a tener oportunidad de conocerlo personalmente.
Rada, como los Fatto y el propio Mateo, han visto reconocida su trayectoria por el público y la crítica, pero hay otros que están olvidados, como es el caso de Esteban Hirschfeld, por ejemplo, quien ha realizado una importante carrera en España en Gabinete Caligari. ¿Cuál es el valor de Esteban en esa primera época beat?
Esteban fue una pieza fundamental tanto en Mockers como en Los Delfines. Pero luego de la resonancia y bienvenida que ha tenido el libro en Argentina, me sorprende la admiración y respeto que tienen los coleccionistas, historiadores y músicos del rock argentino por Jorge Polo Pereira (primera voz de Los Mockers). Las decenas de mails que me están llegando insisten en su talento, su buena onda y en la huella que dejó.

ANDANZAS DE MUCHACHO
¿Cómo viviste esa época?
Yo era muy chico en la época del beat uruguayo del ‘60. Es en 1970, con 12 años, que me meto en el tema. Y ya al año siguiente, con 13 años, no me perdía ningún recital. Un poco después recorrí muchos bailes en los que me dedicaba esencialmente a mirar bien cerquita a las bandas tocando. Con la energía propia de los 14 años, me convertí en un fanático seguidor, hincha a muerte y hasta militante de ese movimiento de rock uruguayo de la primera mitad de la década del setenta, tema central del segundo tomo de De las cuevas al Solís. Lo anterior no lo viví en su momento, y es por eso que tuve mucho cuidado en la investigación de esa época.
¿Qué momento te gustaría volver a vivir? Y también, ¿cuál recital te gustaría ver de vuelta?
Me gustaría volver a vivir el día en que mi estupidez llegó a su máxima expresión, día en que borré las cintas en donde había grabado varios recitales de aquella época. Volvería y me daría un palo en la cabeza. Con respecto a recitales, sin lugar a dudas, algún concierto del primer Días de Blues. El que hicieron en el mítico Cine Novelty de Pocitos o el del 20 de diciembre del 72 en el Solís. Lo que ha quedado grabado no tiene casi nada que ver con la imponente actuación que hacían en vivo. Lamentablemente, no ha quedado nada registrado en vivo del trío Barral, Bertolone, Graf.
¿Cómo definirías desde tu perspectiva actual aquellos años?
Es un tema muy complejo que implica tener en cuenta aspectos históricos, sociológicos, políticos. En fin, ¿cómo sintetizar en pocas líneas lo ocurrido entre 1962 y 1972? Yo los definiría como los años de la ilusión (¿esperanza?). Los jóvenes realmente pensaban que podían cambiar el mundo.

ESPEJOS DE UTOPÍAS ROCKERAS
Y más allá de la nostalgia personal y la efervescencia que sin duda se vivió en ese tiempo, ¿qué diferencia encontrás entre las manifestaciones juveniles de los 60 con las de esta época?
Aclaremos que existe una brutal diferencia en lo que hace a las posibilidades que brinda la tecnología actual. Pero yo creo que la gran diferencia, esencial y única diferencia, como manifestación, es que lo que ocurrió en los 60 sucedía por primera vez en la historia de la humanidad o, por lo menos, en los últimos siglos. En la década del 40 se pasaba de ser niño a ser hombre, de ser niña a ser mujer, vestimenta incluida. No existía una cultura propiamente juvenil. Sobre finales del 50 y en los 60 reventó todo, y la música de rock tuvo mucho que ver con ese cambio. Además, la evolución fue increíblemente acelerada. Alcanza con comparar la estética de un joven rockero en 1964 con la misma persona en 1970. Luego de 30 años no encontramos un cambio tan rotundo. Si te muestro las fotos de dos muchachos rockeros de 16 años, una de un joven de 1970 y otra de un joven de 2003, no vas a poder discernir claramente de qué época es cada uno; salvo por algunos colgantes o tatuajes en el caso del 2003, o por el uso de alpargatas o championes Funsa en el del 70. ¡Qué distinto era un niño de 16 años en 1955! Y con las muchachas menos que menos. Puede parecer una reflexión menor, pero yo creo que es la clave del asunto. La rebeldía, rebelión, revolución contra la sociedad adulta establecida es esencialmente la misma; la única y gran diferencia de índole social entre los jóvenes rockeros del 70 y del 2003 es que para los primeros todo aquello sucedía por primera vez.
¿Y estrictamente en lo musical? Porque personalmente pienso que hoy se trabaja menos con melodías, y se extrañan de alguna forma las canciones de Delfines, Dino, El Kinto, y Killers, por poner ejemplos diferentes.
Después de 20 años (digamos 62 al 82), de hallazgos estéticos, es difícil hacer algo original y realmente creativo. Muy difícil. Pero igual siguieron cosas muy buenas. Y en nuestro país también las hubo y las hay. Lo que ocurre es que hoy está todo compartimentado. Antes de la dictadura se llenaba un teatro para ver a Psiglo, Mateo, Opus Alfa, Sindykato y Darnauchans, todos juntos. ¿Es posible hoy algo así? Dejando de lado melodías, creación de canciones y composiciones, no puedo dejar de mencionar que también hay una diferencia desde el punto de vista musical. Aquellos muchachitos rockeros protagonistas del 60, son hoy (desde hace dos décadas), profesores de todos los que andan en la vuelta y grandes músicos de sesión que pueden tocar cualquier estilo con cualquiera en cualquier parte del mundo. Y lo han hecho. Pero, ¿hay algún integrante de Estómagos, Zero, Los Tontos o Los Traidores que se atreva a tocar con Hendrix o John Coltrane si estos resucitaran? ¿O con Chico Buarque? ¿O con Sting? ¿O con Spinetta? No es que esté bien o que esté mal, es la realidad. Los chiquilines que vinieron después, por suerte, se pusieron a estudiar y hoy hay grandes intérpretes. Las distintas vertientes del rock uruguayo actual me “llegan” mucho más que aquellos posdictadura.
¿Te animarías a realizar el libro de la posdictadura?
Yo hice el recorrido casi inevitable, para muchos de los que teníamos 15 años en 1973: Beatles, Rolling, Santana, la sicodelia, el blues rock, el rock uruguayo y argentino, el rock sinfónico, el jazz rock, para luego escudriñar las raíces del blues negro y a Coltrane y Miles Davis. El movimiento posdictadura careció de blues, de jazz, de rhythm & blues, de fusión con el candombe y otros ritmos. Desesperado por un fraseo de viola que nunca llegó, nunca me interesaron. A pesar de mis esfuerzos por plegarme a la movida, no me entusiasmaron. Está todo bien con ellos, con ese movimiento importantísimo, eso tenía que suceder y ¡bien ahí! Pero lo que se suele llamar el rock “posdictadura”, o sea del 90 para atrás, es el más nostalgioso, irracional, sensiblero y menos musical de todos. Meterme en esa etapa, no. Esto hay que hacerlo con amor y garra, poniendo mucho laburo y tiempo. Así que lo dejo para otros.
¿Cuáles bandas del rock uruguayo actual te interesan?
De hecho escucho de todo. Mientras estoy trabajando en mi escritorio puede salir una ensalada estilo Discodromo, es decir: Piazzolla, Led Zeppelin, Snake, Pablo Traberzo Blues, John Mayall, Sublime, Beatles, Morphine, La Banda de la Luna Azul, Coltrane, Spinetta, Rada, El Fuerte Punto Baz, el trío Ritual con José Luis Pérez, Freddy Ramos y Eduardo Márquez. Por poner un ejemplo entre miles. No tengo un seguimiento especial por lo que surge en este momento. Por falta de tiempo y porque me queda muchísima música por escuchar y disfrutar de los últimos 40 años.
¿Pensás que hay un puente que armar entre las dos generaciones, entre los pioneros y los posdictadura?
Creo que no. La dictadura provocó un quiebre brutal en ese sentido, como en tantos otros. Pero es tan solo mi percepción. Es probable que alguno de los lectores de los dos tomos de De las cuevas al Solís encuentre el puente perdido.

* entrevista de Gabriel Peveroni publicada en semanario Máscaras

Saturday, March 19, 2005

Después de la resaca
La última novela de Gabriel Peveroni (1969) invita al lector a ubicarse en una perspectiva interesante: no a vivir la realidad concreta del exilio económico o político, sino a desplazarse para percibir el exilio como una manera de ser construida por una sociedad que expulsa a una parte de sus integrantes y, al hacerlo, contamina a todos.
La vivencia del destierro forzado cruzada con la presencia dominante de la realidad virtual en una franja de individuos de esa sociedad, genera una forma –intermitente, volátil, desapegada- de ir por la vida.
Nicolás, el protagonista de la novela, en lugar de irse del país, se encierra en su casa. No es un perseguido por la dictadura ni un desesperado muerto de hambre. Al comienzo de la narración deja su trabajo porque le da la gana. En el mismo impulso decide no salir más, meter el celular en la heladera, decir a todos que se fue a Miami con su familia y crear y dirigir un juego virtual. En forma paralela a este autoencarcelamiento, Montevideo se vacía asolada por una peste.
Nicolás y otros personajes (Eva, María, Rodi), de El exilio según Nicolás "nacieron" en la primera novela de Peveroni: La cura (1997). Las dos narraciones pueden leerse como dos momentos de un proceso de "educación sentimental". En la primera el narrador tiene 27 años y rememora sucesos de cinco años atrás. En la última, los mismos personajes tienen treinta y pico.
En La cura Peveroni contó su presente con un estilo realista, inmediato, de ritmo entrecortado. Nada de narrativa histórica ni literatura fantástica: creó un mundo circunscrito a los hábitos de un grupo de jóvenes de clase media zambullidos en la movida de "sexo, droga y rock and roll" de los noventa. En un estado de resaca permanente, en una Montevideo nominada como "Ciudad Detenida", el narrador organizó un melodrama aderezado con algún motivo de delirio criminal. En un reportaje que en ese momento le realizaron en Brecha, Peveroni dijo que a los 27 años del protagonista, los suyos en 1996, eran una pequeña broma personal. Recordó que Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison y Kurt Cobain se mataron a los 27 años. Ese era el corte, después la vejez.
El exilio según Nicolás puede leerse como ese después. La realidad concreta y obsesiva del gueto de La cura dio paso, en la última, al vacío. Más anestesiado que deprimido se autopercibe Nicolás en un momento del relato. Y uno entiende que la precisión es justa. En esta novela intimista, más que demonios, delirio o un mundo interior desbordante hay distancia, nerviosismo, aburrimiento, ansiedad, parálisis. Todo está dicho una y otra vez, no transmitido como una experiencia surgida de la escritura. Por eso esta es una novela aburrida. También porque la ironía faltó a la cita. En El exilio según Nicolás hay chateo, hackers, cacería a lo "Gran Hermano" y fundamentalmente un sinsentido retórico.
Tal vez esta novela sea un cierre de los caminos posibles que había abierto La cura, una obra que prometía más que lo que logró Peveroni en El exilio... Tal vez puedan abrirse otros que hagan olvidar este tropiezo.

* Carina Blixen
publicado en El País Cultural, edición del viernes 18 de febrero de 2005

Thursday, March 17, 2005

Pequeñas resistencias 3
Antología del nuevo cuento sudamericano. Edición de J. C. Chirinos, C. Dávalos, M. Gayoso, A. Neuman, X. Oquendo, P. Padilla Osinaga, G. Peveroni, M. Valdés y J. G. Vásquez. Edición de Páginas de Espuma, 2004. Madrid, España. 421 páginas.

Pequeñas resistencias 3 constituye la tercera entrega de un ambicioso proyecto que Juan Casamayor, responsable de Páginas de Espuma, comenzó a dar a conocer en 2002 (acompañado por Andrés Neuman en la coordinación general y editor asimismo de la primera antología), con la aparición de Pequeñas resistencias, antología del nuevo cuento español. Entre aquel y este último, en 2003 apareció el segundo ladrillo del edificio, una antología del nuevo cuento centroamericano coordinada por el panameño Enrique Jaramillo Levi. Desde el comienzo el proyecto se planteó como una fiesta reivindicativa del cuento, de su valor como género literario y de su actualidad y fuerza frente a su tradicional minusvaloración como modelo narrativo, por parte de la crítica, el público y el mercado, frente a la novela. Pequeñas resistencias pretende encarnar, como se indica ya en su título, una actitud militante y combativa, convirtiéndose así en el mascarón de proa del proyecto general de una editorial, Páginas de Espuma, empeñada en demostrar que se puede “vivir del cuento”, que hay un espacio para él en el superpoblado panorama narrativo español para hacer viable un proyecto tan arriesgado como digno de alabanza.
Soy algo escéptico respecto a esas llamadas al optimismo que desde las páginas introductorias de todos los volúmenes de Pequeñas resistencias se nos hace para demostrarnos que el desinterés del pasado por el cuento se va transformando en una atención creciente. Es cierto que empieza a notarse una mayor consideración en, digamos, los medios especializados, pero sinceramente pienso que las exigencias de atención y profundidad que la lectura del cuento solicita dificultan su aceptación masiva en unos tiempos demasiado veloces que gustan de planteamientos literarios más simplistas y menos arriesgados, y por ello más propios de ciertas propuestas novelísticas que son las que encuentran hoy un eco generalizado entre el público lector. No obstante, también el que esto escribe es un enamorado irredento del cuento; lo que me obliga a subrayar que la aventura de Páginas de Espuma, y en concreto Pequeñas resistencias, constituye ahora mismo uno de los espacios más interesantes y valiosos de la edición española.
Esta tercera entrega vuelve a un planteamiento de partida generacional que guió la elaboración del primer volumen, al incluir como aquel autores nacidos a partir de 1960 (el dedicado al cuento centroamericano amplió ese arco cronológico), y en él se dibuja la penúltima región del cuento en español, la de Sudamérica, a la espera de que, con la próxima aparición del cuarto y último capítulo, dedicado a Norteamérica (México y Estados Unidos) y el Caribe, se complete el atlas completo de la producción cuentística en español del presente. Para el proceso de selección, además de esa delimitación cronológica en la edad de los cuentistas, se exigió asimismo otro requisito fundamental que guió también los volúmenes anteriores: el que los antologados tuvieran, al menos, un libro de cuentos publicado. Por un lado, tal exigencia resulta lógica si lo que se quiere es mostrar la obra de autores que en principio prestan atención al género, al menos como parte importante de su labor, y no la de aquellos narradores para los que el cuento sería una dedicación subsidiaria.
Ahora bien, reconociendo la dificultades que implica -seguramente insalvables- elegir criterios justos y certeros para establecer quién puede ser considerado cuentista y quién no, es evidente que el requisito mencionado no soluciona el problema. Los cuentos como iniciación a la narrativa, paso previo a la aventura para muchos escritores más valiosa de la escritura novelística, o como ejercicio de fases intermedias entre novela y novela, constituyen, entre otras, actitudes nada infrecuentes de numerosos narradores y narradoras que, como consecuencia de ello, suman volúmenes de cuentos en su trayectoria sin que ello signifique que esos textos provengan de un interés específico y de una reflexión profunda sobre el género. Suele afirmar Rodrigo Fresán, cuentista argentino incluido en el primer volumen de Pequeñas resistencias, que hay libros de cuentos y libros con cuentos; del mismo modo puede asegurarse que hay novelistas que son también cuentistas o viceversa; narradores y narradoras que son exclusivamente cuentistas y, por último, novelistas que simplemente escriben cuentos.
En absoluto pretendo con estos apuntes cuestionar el método de elección de autores y mucho menos los nombres seleccionados, señalo tan sólo los problemas que irremediablemente arrastra una antología que debe jugar a dos barajas, la de la representatividad (que conlleva la obligatoriedad de abarcar todos los países del área con varios nombres), por un lado, y la de una supuesta dedicación relevante al género, como señala Juan Casamayor en la nota preliminar. Si asumimos esa “dedicación relevante al género” como factor fundamental de selección, y desde luego compartiendo la imposibilidad de que cualquier antología dé gusto a todos, sí echo en falta dos nombres con una obra cuentística de gran calidad y que surge de un interés concreto por la narrativa breve: me refiero al chileno Sergio Gómez y al argentino Martín Rejtman (narrador además dedicado exclusivamente al cuento), e incluso añadiría al también argentino Marcos Herrera, autor de un excelente libro de relatos titulado Cacerías. A pesar de ello, justo es reconocer que Pequeñas resistencias 3 ofrece un panorama muy completo de la región del cuento en Sudamérica.
La siguiente pregunta deber ser qué nos dice el libro del estado actual del género en esa zona geográfica. Como valoración general diría que demuestra la continuidad de su buena salud, que la enorme herencia del pasado no se ha diluido y sigue percibiéndose en la calidad de un buen número de nombres del presente, aunque habría que añadir que se echa en falta que ese dominio técnico se tradujera en poéticas más transgresoras respecto a los modelos clásicos. En segundo lugar, destacaría una diversidad de tonos y temáticas muy acusada, como no podía ser de otra manera en un volumen que recoge textos de cincuenta autores de diferentes países, pero que sí apunta a una constante muy significativa y que tiene que ver con el alejamiento respecto a uno de los modelos más relevantes del cuento hispanoamericano a lo largo de su tradición: el del género fantástico, abandonado casi por completo en la obra cuentística de estas nuevas generaciones, más atentas a una cotidianidad plasmada desde estéticas preferentemente realistas.
Asimismo, de la lectura de Pequeñas resistencias emana la impresión de que es en aquellos países donde hay una tradición de más peso, diría que preferentemente Argentina, Uruguay y Perú, sin olvidar a Venezuela, donde, vistas en el conjunto de las respectivas selecciones nacionales, encontramos narraciones más depuradas y mejor resueltas técnicamente, aunque ello no impide que encontremos excepciones de relatos de gran calidad provenientes de los otros países. Esa diversidad de planteamientos y propuestas se hace ya visible en el original prólogo del volumen -a modo de entrevista-, donde los antólogos dejan ver sus diferencias a la hora de reflexionar sobre el cuento como género literario y sobre su papel y desarrollo en sus respectivos lugares de origen.
La calidad media del volumen es alta, teniendo en cuenta además los requisitos que debían ser atendidos. Obviamente, junto a cuentos de enorme valor encontramos textos de menor altura, algo en parte explicable si tenemos en cuenta la amplitud de la muestra por la obligación de dar a conocer de la manera más extensa posible la producción cuentística de un área geográfica enorme. Destacaría el inolvidable “Infierno grande”, del argentino Guillermo Martínez, y “El sitio” y “Marvin”, de los también argentinos Martín Kohan y Gustavo Nielsen respectivamente; “La viuda”, de la boliviana Giovanna Rivero; “Amor sobre ruedas”, del chileno Alberto Fuguet; “No sé por qué me casé con vos” y especialmente “El regreso”, de los colombianos Jorge Franco y Juan Gabriel Vásquez; “Ese maldito gusto por la música”, de la ecuatoriana Lucrecia Maldonado; “La puerta par”, de Mabel Pedroso, en la selección paraguaya; por parte de Perú, “El acoso”, de Jorge Eduardo Benavides, y “Los garfios de Carrero”, de Pedro José Llosa Vélez; “El Dr. Ash está un poco loco” y “Anastasio Méndez, el soldado de Aparicio”, de los uruguayos Gabriel Peveroni y Gabriel Sosa, y por último, el muy interesante “Escritores famosos”, de Alberto Barrera Tyszka, y “Pelópidas”, de Juan Carlos Chirinos, y “Joanna reina y látex”, de Slavko Zupcic, dentro de la selección del cuento venezolano.
Pequeñas resistencias 3 confirma la solidez y oportunidad del proyecto al que da continuidad -el dibujo de un “atlas” del cuento actual en español- y constituye una prueba más de la seriedad y la ambición de la propuesta editorial de Páginas de Espuma y de Juan Casamayor.

Eduardo Becerra. Publicado originalmente en la revista cultural Lateral (Madrid, 2004).

Tuesday, March 01, 2005

El exilio según Peveroni
Tal vez este sea el primer libro de ficción que toma la crisis de 2002 como tema. No lo hace explícitamente, no se habla de crisis financiera ni de corrida bancaria, pero el contexto en el que se desarrolla la historia parece una fabulación acerca del Uruguay de ese año.
Para Nicolás, el protagonista, el exilio no es emigración física sino encierro. Con sus padres viviendo en Miami, comienza por hacerse echar de su trabajo y se organiza de tal forma que vive los siguientes meses sin necesidad de salir de su casa. Su poco interés por enfrentar la vida adulta, su forma de ver el desempleo como un capricho y su refugio en la plata que sus padres le giran parecen aludir a la actitud de muchos jóvenes que viven una segunda adolescencia hasta pasados los treinta. Claro que, en el mundo real, el desempleo es tan obligatorio para un joven como en otros países lo ha sido el servicio militar; la forma más fácil de evitarlo es la emigración. “Acá, si tenés más de 25 años, no tenés nada para hacer más que mirar televisión”, dice el protagonista.
Encerrado en su casa, Nicolás abre un sitio en Internet, Vidas Cruzadas, que será una suerte de reality show donde participa un pequeño grupo de gente, anónimamente y vía chat. Todos lo hacen con nick (es decir, seudónimo), y quien va alterando las cosas es un participante fundamental que se hace llamar Oscuro. En la primera parte de la novela nada ocurre fuera de ese espacio virtual salvo pequeñas anécdotas: se trata básicamente de Nicolás encerrado, frente a la pantalla de la computadora, mientras su casa comienza a venirse abajo por el desorden y la falta de higiene. Es la parte más interesante del libro. La segunda y la tercera, que comienzan a partir del fin de Vidas Cruzadas, pierden interés al diluirse la historia principal y perderse gran parte de los participantes de ese reality show virtual.
Las alusiones a la música pop son constante y Peveroni no puede evitar dejar ver su costado de crítico musical (es colaborador de la Rolling Stone argentina) a través de expresiones como “grito proto punk situacionista de los (Sex) Pistols” o “anoréxica cantante de moda que no había cumplido 20 años”. Ésta es tal vez la constante en sus trabajos: su anterior novela se llamaba La cura (por el grupo The Cure), su poemario premiado en la Feria de Libros y Grabados tenía varias alusiones a temas del grupo industrial Ministry. Su última obra de teatro, El hueco (2004, dirigida por María Dodera) trataba sobre una tribu urbana claramente marcada por la música dark de los ochenta.
Pero lo más relevante de la novela no es la historia principal sino el contexto. Una peste comienza a asolar el norte del país y se extiende hacia el sur. No parece casual que el origen de esta peste esté en las fronteras con Argentina y Brasil ni que su movimiento sea de norte a sur. Lo poco que se cuenta sobre el estado de emergencia que se declara recuerda en parte al que narra Saramago en Ensayo sobre la ceguera, y de hecho Peveroni dice que uno de los síntomas de esta peste comienza por una fuerte irritación en los ojos. Aunque esto es utilizado como un factor que vuelve paranoico al protagonista, que pasa casi todo el día frente a la computadora y, como es de esperar, siente algo similar.
Una de las reflexiones que hace el personaje coincide con la visión que de Uruguay tienen casi todos los que han emigrado por razones económicas. Para él, Uruguay significa detenimiento y decadencia; y se hace una clara distinción y reconocimiento de las cosas insustituibles del país natal como los barrios, amigos y demás lugares comunes. Con estos apuntes, Peveroni, que nació en 1969, parece estar aludiendo a su propia generación, que vivió activamente la salida de la dictadura y se sintió defraudada con la posterior evolución del país, hasta el estallido de la crisis. El libro no indica una fecha clara, de hecho tiene su clímax durante un recital de Los Redonditos de Ricota, cosa que no sucedió en 2002. El siguiente párrafo, tal vez el más lúcido del libro, es inequívoco sobre su intención de fábula: “Aquello no podía ser considerado como un estallido social. En primer lugar, porque se trató de algo un tanto más sórdido, silencioso, como una fiebre que fue envolviéndolo todo lentamente, cambiando apenas día a día, imperceptiblemente... Nadie gritó fuerte. Nadie se instaló contra ningún poder establecido. Simplemente la ciudad se oscureció...” En un país en el que el estallido social fueron dos saqueos aislados y la reacción de la gente fue encerrarse en sus casas, es valioso que comiencen a aparecer ficciones que, aunque sea lateralmente, hagan sus lecturas sobre las heridas más cercanas.

reseña crítica de Matías Castro
publicada el 25 de febrero de 2005 en Semanario Brecha

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